lunes, 4 de noviembre de 2024

Relucientes Sombras de Esmeralda

Lady Mereth D'orn se miró en el espejo decorado con filigranas doradas que había en un rincón de la boutique, ladeando la cabeza para captar los rayos de sol con la diadema que acababa de comprarse. Era una pieza de lo más exquisito, diseñada con líneas que se entrelazaban, simulando las raíces de un viejo árbol, toda ella engastada con pequeños trozos de cristal de astinita relucientes. El joyero le aseguró que los cristales provenían del desierto del noroeste, de El Recordatorio, transportados por las caravanas más selectas y labrados por los maestros más exclusivos, justificando así un elevado precio que era poco más que calderilla para una D'orn.

—Sencillamente divina —susurró Lady Mereth, colocándose un mechón de cabello oscuro perfectamente rizado, que caía en elegantes ondas sobre sus hombros. La pieza refulgía bajo la luz del sol, y Mereth sonrió para sí misma, nunca había visto un reflejo tan hermoso.

La boutique estaba abarrotada de damas y caballeros de la nobleza, conversando sutilmente entre murmullos y risas apagadas y elegantes, entre estanterías que exponían joyas y gemas brillantes de todos los colores imaginables, sedas importadas de las islas del este, y todo tipo de productos lujosos. El aire estaba cargado de un fuerte olor a incienso y perfumes caros, y la tienda en sí era como una especie de refugio, un rincón de lujo alejado del bullicio de la ciudad. Mereth hacía caso omiso de los asistentes mientras el joyero la ayudaba a ajustarse la diadema, pero no pudo evitar captar miradas llenas de envidia de algunas de las mujeres allí presente, y volvió a sonreírse.

—Los cristales de astinita de esta diadema son de una pureza excepcional, Lady Mereth, cada vez más raros y difíciles de conseguir. —El joyero, un hombre anciano y diminuto, con manos ágiles y dedos delgados y nudosos, levantó la vista hacia ella, tratando de calibrar su reacción—. La extracción se está volviendo muy peligrosa allá en el gran desierto, las partidas de buscapiedras pierden miembros a un ritmo alarmante y los Guardianes cuentan cosas de lo más espantoso.

Mereth agitó la mano en un gesto despreocupado.

—Oh, querido, estoy segura de que el Imperio solucionará el problema que sea. La astinita siempre ha estado ahí, y siempre lo estará, no veo por qué habría de acabarse —respondió, admirando su propio reflejo una vez más, observando cómo los cristales reflejaban la luz en matices multicolor. La idea de que la astinita pudiera escasear era absurda a más no poder; los problemas de los buscapiedras, o las historias de los Ang'shyu, no eran más que rumores exagerados, seguro. Cosas de las que se hablaba en los barrios bajos, entre la pobreza. ¿Qué importancia podía tener?

Mereth salió de la boutique despidiéndose del joyero entre halagos de los caballeros y comentarios sarcásticos de las damas, con su nueva diadema ajustada a la cabeza, y sus criados cargados de paquetes envueltos en telas y cintas de colores. Avanzó por las calles adoquinadas de la capital, saludando a otros nobles y a dueños de otras tiendas de lujo. A su alrededor, la ciudad bullía de actividad. En las avenidas principales de Hojarroja, la clase alta se paseaba entre las sombras de los árboles, las estatuas y los arcos, protegiéndose del sol por los parasoles y pabellones de los puestos comerciales de las calles, mientras las clases bajas se amontonaban en los mercados y plazas más allá de los muros, y de su interés.

La capital del Imperio Esmeralda brillaba con falsedad, las murallas de mármol y las torres decoradas con banderines que bailaban al son de la brisa. Había provincias de Nalinia en conflicto, los ælvs se reorganizaban en secreto, y los Ang'shyu habían reaparecido en El Recordatorio. Pero para la nobleza nada de eso tenía importancia, eran problemas que concernían a otros.

Mereth rodeó la fuente del mercado central, una obra excepcional que representaba a los Primeros Elementales, esculpidos en piezas únicas de mármol blanco. Se detuvo unos instantes, admirando la escultura, bajó la mirada hacia el agua y su reflejo le devolvió una sonrisa perfecta.

—¿Has oído que la nueva moda es importar sedas del este? —preguntó una voz femenina a su lado.

Se trataba de Lady Rayna, una amiga de Mereth que pocos meses atrás había sido el epicentro de un escándalo financiero que a punto estuvo de acabar con su familia. Pero ahora, adornada con brillantes joyas de astinita y una sonrisa despreocupada, Rayna parecía haber dejado atrás aquellos problemas.

—Oh, querida Rayna, yo ya he pedido que traigan las mías —respondió Lady Mereth con una sonrisa orgullosa—. Aunque espero que los piratas no intercepten el barco. Dicen que los mares están llenos de problemas últimamente.

Ambas damas rieron ligeramente, y la conversación viró hacia los rumores de la corte y las fiestas y bailes de la semana. Había próximo un banquete en la sala del trono del palacio de Esmeralda, nada menos, y el nombre de Lonor D'arsay, la mismísima Emperatriz, se mencionaba como invitada especial.

La noche del banquete, el salón brillaba con luces doradas, cada rincón adornado con todo tipo de decoraciones lujosas y estandartes de vibrantes colores. Mereth, ataviada con un vestido de terciopelo azul y su querida diadema de cristales de astinita, se movía con gracia entre los invitados, bebiendo vino dulce en una copa de cristal exquisitamente tallado. Las superficiales charlas se mezclaban en un murmullo indistinto, y el salón vibraba con risas, aplausos y brindis. Todo ello acompañado por una música elegante interpretada por un cuarteto de cuerda.

Mereth observó a su alrededor y sonrió, le encantaba esta vida. Rio suavemente mientras tomaba un sorbo de vino.

—Dicen que El Recordatorio es cada vez más peligroso —comentó el barón Tarvin, un hombre de edad avanzada que miraba a Mereth con una adormilada mirada a causa del alcohol—. Casi no hay mineros dispuestos a trabajar, y esas criaturas de hielo, los Ang'shyu, dicen que han vuelto, ¿no es cierto? ¿Acaso no eran cuentos que nos contaban de niños? ¿Estuvieron alguna vez en Nalinia?

—Oh, Tarvin, querido, son historias de campesinos. Estoy segura de que exageran para que les paguen más —dijo, alzando una ceja, riéndose de forma despectiva. El Recordatorio y esas historias eran poco más que historias de terror para el populacho y los incautos.

El barón sonrió incómodo, algo inquieto.

—A veces, pienso que... pienso que vivimos en una burbuja —susurró, mirando la copa de vino que sostenía Mereth—. Aquí estamos, entre preciosas luces y bellos cristales, mientras afuera, más allá de las murallas, la oscuridad parece crecer cada día un poco más.

Hacía rato que Mereth había dejado de escuchar. Se había unido a un grupo de mujeres, y la conversación volvía a girar en torno a joyas, vestidos y hombres. Cualquier mención a El Recordatorio, los ælvs o las rebeliones quedaba olvidada entre brindis y risas desdeñosas. Lo que pasaba en las sombras del continente no era asunto suyo; su mundo se encontraba aquí, en el Palacio de Esmeralda, entre lujos y fiestas interminables.

Horas después, cuando el banquete estaba en su momento más animado, las puertas de la sala se abrieron de golpe, y el sonido de la madera chocando contra el mármol acalló la sala entera. Un mensajero, cubierto de polvo y jadeando como un perro, caminó tembloroso, interrumpiendo la diversión y la música. Los invitados lo observaban con caras de disgusto y desconcierto, susurrando con sorpresa.

—Mis señores... —dijo el mensajero con un hilo de voz, mirando a Lonor D'arsay—. Una incursión de... criaturas... en el norte. Han atacado un asentamiento de buscapiedras. Son... Ang'shyu. Solo queda polvo y cristales.

Por un momento la sala quedó totalmente en silencio, un silencio que pesaba, que casi se podía tocar. Los ojos de algunos invitados se abrieron de par en par, Lady Rayna respiraba rápidamente, el barón Tarvin negaba con la cabeza. Lady Mereth sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo de arriba a abajo. Pareció notar que la astinita de su diadema vibraba, como si los cristales hicieran memoria de sus propios orígenes, y de pronto, El Recordatorio y las historias no parecieron cosas sin importancia. 

El momento pasó fugazmente. La Emperatriz se levantó y, con una voz suave pero firme, se dirigió a los asustados invitados.

—No teman. El Imperio tiene la situación bajo control. Aseguraremos nuestras bellas tierras, las alejaremos del frío y la oscuridad. Protegeremos a toda persona que habite en ellas. Por favor, sigan disfrutando de la velada.

Con estas palabras el nerviosismo de la sala pareció disiparse. Los nobles intercambiaron risitas y miradas de alivio, y volvieron al vino y a los bailes. Los músicos retomaron la pieza que estaban tocando. Lady Mereth ajustó su diadema y sonrió a los que estaban cerca. La amenaza, el mensaje, eran solo otra historia, algo que no podía afectarles.

Para ellos, la oscuridad era un tema de conversación más, algo que siempre quedaría más allá de los muros de la enorme ciudad. Y mientras la nobleza disfrutaba de otra noche más de lujos y excesos, bebiendo y brindando, afuera, en las sombras de Nalinia, los Ang'shyu continuaban su marcha, invisibles e imparables. Los cristales de astinita susurraban sus secretos, esperando el momento en que su verdadero poder fuera descargado por fin sobre el continente.

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