La nieve se deslizaba en el aire con lentitud, danzando en su suave caída sobre el claro, formando una capa fina que cubría la tierra y las rocas con un manto blanco. Era verano, pero eso poco importaba en el sur de Nalinia, donde las nevadas eran casi constantes. No obstante, la nieve tenía un aspecto diferente, un matiz que solo podía significar una cosa: la llegada de un Ang'shyu.
Sverin dejó escapar una bocanada de aire al levantar la mirada, formando una nubecilla de vaho que se extendió desapareciendo sobre su cabeza. Era un Guardián Ardiente, un cazador de lo imposible, la élite del Imperio. Enfrentarse a estas criaturas era aquello para lo que vivía, había entrenado casi toda la vida, aunque en el fondo supiera que no había entrenamiento capaz de preparar a una persona para enfrentamientos de este tipo. Aún así, el Imperio contaba con él, no tenía otra opción.
Estaba solo en este claro, sin más apoyo que su espada de cristal de astinita, una antorcha, y la promesa del regreso al hogar... una promesa que sabía que quizá no se cumpliría. Por eso los Guardianes ardientes no tenían permitido casarse, ni tener descendencia.
El sonido de la nieve bajo sus botas rompía el silencio a cada paso, reverberando en el aire hasta esconderse entre los árboles del bosque, o las rocas de la ladera. Avanzó con inseguridad, lentamente, su aliento formando más nubecillas blancas que se disipaban segundos después. Fue entonces cuando lo vio.
El Ang'shyu se encontraba a una cierta distancia. Una figura alta, cuya piel brillante reflejaba la forma de la arboleda como una especie de espejo distorsionado. Su rostro sin ojos, sin boca, sin señales de vida lo miraba directamente, casi con curiosidad. La silueta del ser parecía vibrar, emitiendo un sutil zumbido, una resonancia que llenaba a Sverin de una ansiedad inexplicable.
El Guardián preparó su espada, fabricada con brillante astinita por los mejores armeros imperiales, emitiendo un fulgor verdoso que contrastaba con el anaranjado de la antorcha, que dejó caer al suelo. La espada también parecía vibrar ligeramente, como preparándose para la batalla que se avecinaba. Sverin empuñó la espada con firmeza, concentrándose en no salir corriendo presa del terror. Su mente repetía una y otra vez el mismo mantra: "No importa el frío, no importa el miedo..."
Pero el miedo sí importaba, estaba tan presente como él, como aquella criatura, aferrándose a él como una garra invisible abriendo su alma en canal, helándole la sangre.
El Ang'shyu comenzó a moverse, un paso tras otro, a un ritmo lento y pesado. Sabía que no tenía que apresurarse, al final todos caían. Extendió un largo dedo hacia Sverin. El Guardián levantó la hoja, aunque desoyó a sus instintos, que le gritaban que atacara. Su intuición le dictó que retrocediera, que huyera antes de que fuera demasiado tarde.
Sverin ignoró el miedo y el frío, como decía su mantra, y adelantó un pie. Inició la carrera hacia la criatura, espada en alto. La luz verdosa de la hoja chisporroteaba, iluminando la neblina que se había empezado a formar a su alrededor, mientras Sverin lanzó una primera estocada contra aquel ser espectral.
La hoja golpeó el hombro del Ang'shyu... y rebotó, como si Sverin hubiera intentado atacar a una pared de sólido mármol. El impacto hizo temblar todo el brazo del soldado, adormeciéndolo, casi paralizándolo, y el frío se tornó más intenso. El Ang'shyu se limitó a torcer la cabeza, mirándole una vez más con esa extraña curiosidad.
Sverin retrocedió algunos pasos, tambaleándose, pero el Ang'shyu ya estaba sobre él una vez más. Levantó el brazo y lo estiró, apuntando con uno de sus dedos al rostro del Guardián, que pudo contemplar el brillo iridiscente a pocos centímetros de su cara. Sverin intentó zafarse, pero sus pies habían quedado atrapados en el hielo, incapaces de moverse. Podía sentir cómo el frío recorría todo su cuerpo, extendiéndose hasta sus pulmones y su corazón, que cada vez funcionaban con más trabajo. La vista se le nubló, y una gota de sudor se congeló tras recorrer un par de centímetros de su frente.
En ese instante, Sverin recordó las palabras de su instructor: "Los Ang'shyu buscan más que tu vida; buscan la esencia de lo que eres, no les des el poder de tu alma."
Tras respirar profundamente con dificultad, reunió sus últimas fuerzas y levantó la espada verdosa. Con un grito desesperado, clavó la punta en el brazo extendido de la criatura, y el cristal de astinita penetró en su carne congelada, que expulsó un vapor oscuro que se dispersó rápidamente en el aire. El Ang'shyu se estremeció cuando su brazo cayó inerte a sus pies, entre Sverin y él. No emitió sonido alguno, solo se inclinó hacia Sverin.
El Guardián se dio cuenta entonces de lo que debía hacer. Allí, tan cerca del Ang'shyu, se dio cuenta de que tras la fina piel de cristal brillante, podía verse algo en el interior. Una sombra oscura que se distorsionaba rítmicamente, una especie de... corazón.
Con una última explosión de fuerza y voluntad, hundió la espada en el pecho del Ang'shyu, directo hacia ese reflejo oscuro. La astinita atravesó la carne gélida y alcanzó lo que fuera que había allí, haciendo temblar al ser, que instantes después estalló en miles de fragmentos de cristal oscuro, que se desperdigaron por doquier.
Sverin se dejó caer sobre sus rodillas, tratando de recuperar el aliento. El calor parecía abrirse paso de nuevo en su cuerpo, y en su alma, aunque en pequeñas oleadas. Trató de levantarse, apoyándose en su espada. Recogió la antorcha, y los cristales desperdigados por el suelo absorbieron la luz, en lugar de reflejarla, allí donde momentos antes estaba de pie un ser de pesadilla.
Con mucha cautela, recogió uno de los fragmentos. Al tocarlo, sintió una vibración, un susurro en el aire apenas audible, que decía su nombre.
El cristal le susurró historias y recuerdos que no le pertenecían, le habló de una presencia antigua y eterna. Sintió que el cristal le prometía respuestas... y algo más. Pero Sverin retiró la mano rápidamente, dejando caer el fragmento, que tintineó al tocar el suelo. Se cubrió la mano con un trozo de tela y guardó el cristal en su bolsa. Su tarea había concluido, ahora debía llevarles una muestra a sus superiores para que la estudiaran en la capital.
Sverin miró el claro una última vez. La nieve empezaba a fundirse, dejando al descubierto el suelo húmedo bajo sus pies. Dando un último suspiro de alivio, el Guardián dio media vuelta y emprendió la marcha de regreso. Cada paso que daba lo alejaba de aquel lugar, de la batalla, pero en el fondo sentía la mirada vacía e inerte de aquella criatura clavada en su ser.
En la mente de Sverin tomó forma un pensamiento inquietante: tal vez una parte de él ya había sido tomada y, cuando el tiempo lo alcanzara, él también se convertiría en un espectro, en un eco del hielo y del miedo.
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