El templo de Vida y Muerte se alzaba imponente y silencioso al borde de un acantilado, vigilante sobre las vastas llanuras de Nalinia. Su arquitectura era simple, austera, de piedra gris y rodeado de árboles antiguos, sus raíces entrelazándose sobre el suelo, formando una red de madera y vegetación que daba un aire de sueño al lugar. Dentro del santuario, las llamas titilaban suavemente en las lámparas de aceite y las antorchas, proyectando sombras que bailaban en las paredes, decoradas con los símbolos de Vida, Muerte, Luz y Oscuridad.
Sohan, un joven atormentado, subió uno a uno los escalones de piedra desgastada, como tantos otros antes de él, que peregrinaron a este sitio sagrado para buscar consejo. Había escuchado historias sobre la sabiduría de los monjes del Todo, sobre cómo encontraban el equilibrio en las fuerzas contrarias que regían toda la existencia. Sin embargo, Sohan nunca había creído en dioses ni en religiones. Pero se encontraba en una encrucijada, necesitaba consejo.
Cuando entró al templo vio a un monje de avanzada edad, Harden era su nombre, arrodillado frente a un pequeño altar, decorado con los mismo símbolos de las paredes. Alrededor del altar había algunas ofrendas, incienso encendido y un par de velas. Harden, con su túnica color ocre y su rostro calmado, alzó la mirada y esbozó una sonrisa cuando se cruzó con la del joven.
—Bienvenido, hijo del Todo —dijo con voz pausada y solemne—. Puedo ver que llevas una carga pesada sobre tus hombros. Cuéntame, ¿qué te trae aquí?
Sohan no sabía por dónde empezar, así que decidió sentarse en el suelo, esperando no ofender a nadie, y su vista se fijó en los símbolos de las paredes. Harden lo observó sin decir una palabra. Tras unos instantes, Sohan habló por fin.
—No entiendo mi lugar en el mundo, no encuentro mi sitio. Todo lo que intento parece estar destinado al fracaso, y cada paso que doy me acerca más y más a la oscuridad. ¿Cómo se supone que tengo que encontrar la paz en un mundo que solo me reporta dolor?
Harden siguió mirándolo, en silencio, asintiendo lentamente y dejándole hablar. Parecía comprender cada palabra y cada sentimiento que las acompañaba. Después, colocó una mano firme sobre el hombro de Sohan., que sintió una especie de calidez.
—La vida y la muerte son dos ríos que conducen hasta el mismo mar —comenzó a decir el monje, mientras sostenía un cuenco con incienso—. Ambos son necesarios, ambos recorren caminos opuestos. Así es nuestra existencia, recorremos caminos dispares, con luz y oscuridad, vida y muerte, dolor y paz, alegría y tristeza... Nuestras deidades representan eso, la oposición de diferentes fuerzas y sentimientos. Vida, Muerte, Luz y Oscuridad, pero en el centro de todas ellas está el equilibrio, el Todo. Una no puede existir sin las demás.
Sohan escuchaba con atención, a pesar de que sus ojos demostraban dudas.
—Pero, ¿cómo puedo encontrar ese equilibrio dentro de mi? —preguntó—. No tengo la paciencia y serenidad que tenéis los monjes, ni la fuerza y la valentía del guerrero. Solo fracasos, solo pérdidas.
Harden miró al joven y volvió a sonreír. Señaló hacia una estatua que representaba a Oscuridad, una figura tallada en la piedra con expresión austera y mirada severa.
—Mira a Oscuridad —dijo el monje—. Ella es la noche que cae al final del día, el vacío que todos sentimos. Sin embargo, todos encontramos descanso al anochecer, y sin oscuridad no pueden verse las estrellas. La Oscuridad nos recuerda que debemos enfrentarnos a los momentos difíciles, no huir de ellos, aceptarlos como parte de nosotros mismos. El dolor no se puede ignorar, hijo mío, nunca encontrarías la paz. Aprende del dolor, permite que te transforme y evoluciona con él, y comprenderás que hasta en las sombras hay una razón.
Sohan miró hacia abajo, tenía las manos entrelazadas sobre su regazo, y reflexionó. Harden siguió hablando, esta vez señalando a Vida, una deidad representada con una sonrisa cálida, y un manto que caía sobre ella como la brisa.
—Ahora mira a Vida. Ella nos enseña que, del mismo modo que las plantas necesitan agua y tierra fértil, nosotros necesitamos nutrir nuestra alma. Cuando te equivocas, cuando tropiezas, no es que el universo haya decidido abandonarte, sino porque te da la oportunidad de aprender una nueva lección. Vida siempre nos enseña, pero debemos escuchar sus enseñanzas. Si te rindes cada vez que fracasas, jamás florecerás.
Sohan dejó escapar un suspiro de alivio, sus pensamientos empezaban a pesar un poco menos, aunque el dolor aún se podía sentir. Miró al monje, esperando que le diera alguna otra respuesta.
—Pero, ¿cómo puedo saber cuándo es el momento de seguir adelante y cuándo es el momento de rendirse? —preguntó—. Es un poco confuso...
Harden sonrió al tiempo que se incorporaba sobre el suelo, indicando al joven que lo siguiera. Salieron del templo, cruzándose con otros monjes, y caminaron hasta el borde del acantilado, el viento soplando con fuerza y el cielo tiñéndose del rojo profundo del atardecer. La escena era espectacular.
—A veces, seguimos adelante —dijo Harden, mirando el sol, que poco a poco se ocultaba tras el horizonte—, y otras veces dejamos ir, del mismo modo que el día suelta la luz para dar paso a la oscuridad y el descanso de la noche. Es un ciclo, y solo haciendo caso a nuestro interior y observando nuestro alrededor podemos saber qué necesitamos.
Sohan miraba el horizonte maravillado, sintiendo cómo la paz llenaba lentamente el vacío que se había formado dentro de él. Todo parecía cobrar un sentido. Por primera vez comprendió que el fracaso y el dolor que sentía no eran sus enemigos, eran sus maestros.
—Recuérdalo, hijo mío —continuó el monje, girándose para mirar al joven—, recuerda que en la fe del Todo las deidades no son entidades distantes, son manifestaciones de nuestro interior. Vida y muerte existen en ti, igual que existen Luz y Oscuridad. Aprender a escuchar a cada una de ellas es aprender a existir.
Con una última sonrisa cálida, Harden miró a Sohan, sus ojos llenos de comprensión.
—El Todo es lo que somos y lo que no somos, es la paz que aparece cuando aceptamos nuestros defectos y nuestras virtudes. No olvides esto, y encontrarás equilibrio, aunque el mundo te lleve por distintos caminos, como hace con los ríos.
Sohan, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente, aprendida la lección más importante de su vida. Ahora sabía que, aunque el camino fuera largo y difícil, tenía algo que jamás había sentido: saber que cada paso, en luz o en sombra, en paz o con dolor, lo llevaba a algo más grande y más importante que él mismo.
Se alejó del templo bajo la mirada de las deidades del Todo, esperando aprender la próxima lección.
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